Elena se tumbó en la cama, mirando el techo con el teléfono en su mano. Su corazón latía con fuerza. No debía estar sintiendo esto.
Ella y Diego habían acordado sus propias reglas: podrían estar con otras personas, pero nunca con la misma dos veces. Un acuerdo sencillo, sin celos, sin ataduras emocionales.
Pero entonces apareció Iván.
Todo había empezado como un encuentro casual, otro nombre en su lista de amantes fugaces. Pero a diferencia de los demás, Iván no se desvaneció después de una sola noche. No era solo el sexo. Era la forma en que la miraba, la manera en que la hacía reír, la intensidad con la que la devoraba sin que hiciera falta una sola palabra.
Y ahora, con el teléfono en la mano y un mensaje de él brillando en la pantalla, Elena se preguntaba si estaba a punto de romper su propia regla.
“¿Nos vemos esta noche?”
El deseo era una serpiente deslizándose por su piel. Sabía que si respondía, si aceptaba, cruzaría una línea de la que no habría vuelta atrás.
El sonido del agua en la ducha se detuvo, y la voz de Diego resonó desde el baño:
—Amor, ¿vienes a dormir?
Elena apretó los labios y miró la pantalla una última vez.
Las reglas habían mantenido su matrimonio a salvo.
Pero esta vez… no estaba segura de querer seguirlas.