La Jefa 🔥
febrero 23, 2025Daniela miró la hora en su pantalla. 23:17.
El resto de la oficina estaba vacía. Solo el sonido del teclado y el leve murmullo del aire acondicionado rompían el silencio.
—Tienes que aprender a irte a casa a una hora decente —dijo una voz firme a su espalda.
Daniela se giró rápidamente y encontró a la señora Montenegro apoyada en el marco de la puerta. Su jefa. Su dueña y señora dentro de aquellas paredes de vidrio y acero.
Alta, elegante, con su impecable vestido negro y el cabello recogido en un moño perfecto, parecía no tener prisa por marcharse.
—Solo estoy terminando los informes que pidió —respondió Daniela, forzando una sonrisa.
Montenegro arqueó una ceja.
—Ven a mi oficina. Necesito que revises algo.
Daniela tragó saliva y se levantó. Había algo en la forma en que su jefa la miraba que la inquietaba. No era la primera vez que sentía esa tensión en el aire, esa electricidad que se deslizaba entre ellas en las reuniones, en los momentos de silencio compartido.
Pero esa noche, estaban solas.
Una Corrección Inesperada
La oficina de Montenegro estaba iluminada solo por la luz de su elegante lámpara de escritorio. Sobre la mesa, una copa de vino medio llena y un expediente abierto.
—Toma asiento —ordenó la mujer, señalando la silla frente a ella.
Daniela obedeció mientras su jefa le entregaba unos documentos.
—Encontré algunos errores en el informe de ventas. Quiero que lo revises ahora.
Daniela asintió, tomando el papel, pero su mente estaba en otro lado. La fragancia de Montenegro flotaba en el aire, una mezcla de madera y jazmín que hacía que su piel se erizara.
Se concentró en el texto frente a ella, marcando con un bolígrafo los errores. Pero entonces, la jefa se inclinó sobre su escritorio para observar lo que hacía, su cuerpo quedando peligrosamente cerca del suyo.
—Buena observación —susurró Montenegro.
Daniela sintió su pulso acelerarse.
No fue un roce accidental.
El Juego Comienza
—Estás tensa —comentó Montenegro, volviendo a su asiento con una leve sonrisa.
Daniela rió nerviosa.
—No es fácil concentrarse con usted tan cerca.
Montenegro sonrió con picardía.
—¿Eso te incomoda?
Daniela dudó. ¿Cómo debía responder a eso?
—No… —susurró finalmente.
La jefa tomó su copa y dio un sorbo antes de levantarse. Caminó lentamente hasta quedar detrás de Daniela, apoyando las manos en el respaldo de su silla.
—Siempre me ha gustado la gente dedicada… —murmuró Montenegro, inclinándose apenas para que su aliento rozara la nuca de Daniela—. Pero también la que sabe cuándo dejarse llevar.
Daniela cerró los ojos un instante. Su cuerpo entero estaba en llamas.
—¿Qué está haciendo?
Montenegro sonrió contra su piel.
—Probando algo.
Y entonces, sin previo aviso, deslizó los dedos por su hombro, recorriendo la tela de su blusa con una lentitud calculada.
El Punto de No Retorno
Daniela se levantó de golpe, girándose para enfrentarla.
—Esto es…
—¿Incorrecto? —Montenegro sonrió—. ¿O lo que llevas semanas esperando?
Daniela sintió que su respiración se aceleraba. Su jefa tenía razón. La atracción había estado allí desde el primer día, creciendo en cada mirada prolongada, en cada roce disfrazado de accidente.
—Si te quedas, no hay marcha atrás —advirtió Montenegro.
Daniela la miró a los ojos, con el corazón latiéndole con fuerza.
Y en lugar de responder, la besó.
La Noche Prohibida
Montenegro la tomó por la cintura, profundizando el beso con la seguridad de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Daniela se dejó guiar, sintiendo cómo las manos expertas de su jefa exploraban su cuerpo con una mezcla de paciencia y control.
La oficina, el trabajo, las reglas… todo dejó de importar.
Solo existían ellas dos, entregándose al deseo que habían reprimido durante demasiado tiempo.
Y cuando Montenegro la empujó suavemente sobre su escritorio, Daniela supo que esa noche nunca la olvidaría.
La Mañana Después
Daniela despertó con el primer rayo de sol filtrándose por la ventana.
No estaba en su departamento.
Giró la cabeza y encontró a Montenegro aún dormida a su lado, con su cabello deshecho y la sábana cubriéndole apenas la espalda desnuda.
Recordó cada momento de la noche anterior.
Sonrió.
Tal vez quedarse hasta tarde en la oficina no había sido tan mala idea después de todo.