Ana se mordió el labio mientras deslizaba el dedo por el borde de su copa de vino. La conversación había cambiado de tono, volviéndose más sugerente con cada sorbo, con cada mirada sostenida.
—Así que nunca han hablado de… otras opciones en su matrimonio —preguntó Clara, arqueando una ceja con una sonrisa traviesa.
Marcos soltó una risa nerviosa, miró a su esposa y luego de vuelta a la otra pareja.
— ¿Otras opciones? —repitió, encontrando confusión.
Daniel, el esposo de Clara, apoyó un brazo sobre el respaldo del sofá, su expresión relajada pero cargada de intención.
—Vamos, todos tenemos fantasías —dijo, bebiendo un poco más de vino—. La pregunta es… ¿se atreven a compartirlas?
Ana sintió un escalofrío recorrerle la piel. Sabía que estaba jugando con fuego, pero la idea la excitaba más de lo que quería admitir. Sus ojos se cruzaron con los de Marcos, y en ese momento entendió que no era la única sintiendo el calor en su cuerpo.
—Y si lo hiciéramos? —preguntó ella, su voz más baja de lo habitual.
Clara irritante, acercándose un poco más.
—Todo tiene reglas. Se habla. Se negocia. Se disfruta.
Daniel dejó su copa sobre la mesa y se inclinó hacia Ana, sus dedos rozando los de ella casi por accidente.
—La primera regla… es que los dos estén de acuerdo.
Ana tragó saliva y miró a su esposo, quien la observaba con ojos oscuros, más encendidos que nunca.
—¿Marcos? —susurró.
Él sonrió lentamente.
—Sigamos hablando.
La noche apenas comenzaba.