Testimonios del placer

El sonido del agua corriendo en la ducha de la habitación contigua fue lo primero que llamó la atención de Natalia. Se encontraba sola en su lujosa suite de hotel, con una copa de vino en la mano y la ciudad iluminada extendiéndose más allá del ventanal. Un viaje de negocios la había llevado hasta allí, pero el insomnio y la soledad la mantenían inquieta.

Mientras pasaba los dedos por la pared junto a su cama, sintió una pequeña imperfección en la superficie. Frunció el ceño y se acercó al rostro, descubriendo un diminuto orificio apenas visible. La curiosidad la empujó a mirar.

Al otro lado, la imagen era borrosa, pero claramente sensual: una pareja disfrutaba de un encuentro apasionado. El cuerpo masculino, alto y fuerte, se movía con una seguridad hipnótica, mientras que la silueta femenina arqueaba la espalda con entrega absoluta.

El corazón de Natalia latía con fuerza. Sus mejillas se encendieron mientras sus labios se entreabrían, fascinada por la escena prohibida que tenía ante sus ojos. Sintió una calidez recorrer su cuerpo, un cosquilleo que despertaba una necesidad latente.

Pero entonces, el hombre se detuvo. Giró ligeramente el rostro y su mirada pareció dirigirse directamente al agujero. Natalia se quedó helada.

La habían descubierto.